Juan Manuel Bonet. Tel Aviv. 2002
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Juan Manuel Bonet. Tel Aviv. 2002

Texto catálogo exposición Eyes & Tears. Museo de Arte Contemporáneo de Herzliya. Tel Aviv, Marzo 2002


RETRATO AL MINUTO DE UN PINTOR ESPAÑOL ENTRE DOS SIGLOS

Juan Manuel Bonet

 

Un pintor español de los noventa, de entre dos siglos ya. Un pintor que apenas ha cumplido cuarenta años, y que cuenta ya en su haber con una larga lista de exposiciones y premios. Un pintor brillante, y de desbordante actividad. Un pintor que no le teme a la contradicción y a la paradoja, ya que las considera como principios motores de un arte que medio irónicamente, medio en serio, puso en su día bajo el lema “A.D.A.”, “Abstracción Deconstructiva Automática”.

 

Un pintor que por lo general sobre sus ya características lonas plásticas de camión, en determinados momentos se entrega, en clave, sí, automatista, al action painting, y que en otros se muestra partidario de la más estricta y neo-mondrianesca y postminimalista ortogonalidad.

 

Un pintor abstracto, de la generación, todavía en busca de su propia identidad, que ha venido después de la de los Broto, los Campano, los Sicilia, que a su vez venía después de la de los Tàpies, los Saura, los Millares…

 

Un pintor, en un tiempo en que en la escena joven abundan los no-pintores, los neoconceptuales.

 

Un pintor capaz a la vez de Gesto y Orden, de tumulto y geometría, de caos y concierto, y entre cuyas obras más importantes destacaré, por cómo logra reconciliar tales conceptos aparentemente inconciliables, Espectador de guerras (1998), cuadro todo en blancas cascadas y a la vez de una presencia inelocuente y clásica, que figuró el año en que fue pintado en la primera individual de Ciria en la Galería Salvador Díaz de Madrid, donde fue adquirido por el Institut Valencià D´art Modern (IVAM), del que yo era entonces director.

 

Un pintor de cascadas, de Piel de agua, de Glosa líquida, y a la vez un pintor de tramas, de retículas.

 

Un pintor de blancos, de ocres, de rojos, de naranjas, de negros, y sobre todo de grises, que gris ha sido buena parte de la tradición española, de Zurbarán a Tàpies, pasando por Juan Gris –un seudónimo especialmente bien elegido–, Luis Fernández o Gerardo Rueda.

 

Un pintor abstracto, ya lo he dicho, pero que no ha rehuido, cuando se ha terciado, el diálogo con la realidad, como puede comprobarse en su serie extremeña, de “emblemas abstractos sobre el paisaje”, Monfragüe, o en algunos de los cuadros que pintó durante su estancia en la Academia de España en Roma.

 

Un pintor para el cual resulta básico el principio del collage, una técnica que en varias ocasiones le ha permitido ensanchar el horizonte de su obra, escapar a la tentación de la repetición, convertir el diario íntimo en monumento.

 

Un pintor con memoria, capaz de aludir, en un cuadro abstracto, a un triciclo de su infancia de niño español en Manchester, o en varios de sus monumentales, sí, e impactantes collages, que podríamos llamar collages-ríos, como se habla de novelas-ríos; al por esencia caótico cuarto de los niños, algunos de cuyos contenidos ha vertido directamente sobre la superficie del cuadro.

 

Un pintor voraz y curioso, con memoria de la historia de su disciplina, también, que se ha interesado siempre, con la pasión que lo caracteriza, por la pintura del pasado, algo que está especialmente claro en sus homenajes a Giotto, el mencionado Zurbarán –La sombra de Zurbarán o toda la tradición española (1997)–, el Monet más luminoso, Matisse, Malevich, Pollock –también Ciria es un practicante, a ratos, del dripping–, o Motherwell, el más europeo de los pintores norteamericanos de la gran generación.

Un pintor-pintor, pero que también homenajeó en su día a Joseph Beuys, y que llegado el caso no vacila en colocarse tras la cámara, como lo acaba de hacer en sus últimos cuadros de gran formato, cuyo soporte son inmensas fotografías de modelos desnudas.

 

Un pintor que es también un soberbio grabador, y que a comienzos de este año ha obtenido uno de los más importantes premios de esta disciplina de nuestro país, el que otorga el Museo del Grabado Español de Marbella.

 

Un pintor que afirma que “siempre se pinta el mismo cuadro”, que efectivamente es dueño de un idioma ya muy personal, y que a la vez no teme desconcertar a propios y extraños, convencido de que la contradicción y la paradoja, a las que antes he aludido, son beneficiosas para un artista.

 

Un pintor ya muy conocido en España, pero que también se ha asomado con éxito a la escena internacional: Alemania, Japón, Italia, Estados Unidos, Israel…

 

Un pintor a seguir, sin duda.