Annette Hamming. Kortrijk. 1998
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Annette Hamming. Kortrijk. 1998

Catálogo exposición “Mask of the Glance”. Galería Athena Art, Kortrijk y Galería Wind, Soest. Septiembre 1998


SOMBRAS EN LA PINTURA DE CIRIA

Annelette Hamming

 

Hace más de mil años, un crítico chino llamado Chang Yen-yuan se quejaba de que el arte contemporáneo era caótico y no significaba nada.. A lo largo de los siglos siempre ha resultado difícil reconocer el arte contemporáneo más importante como tal. Muchas veces es difícil entenderlo. Desconcierta, despierta sentimientos incómodos y a veces incluso rabia. Éste sobre todo es el caso del arte abstracto. Sin embargo, precisamente el arte contemporáneo abstracto ofrece una verdad única: encarna la lucha del individuo. Es el resultado de la lucha del artista por buscar su identidad en relación con el mundo que le rodea. Jackson Pollock dijo: “Pintar es un estado de ser. El auto-descubrimiento. Todo artista (bueno) pinta lo que él mismo es”. Cuando intentamos, como observadores, enfrentarnos al artista y a su estado de ánimo, podemos intentar entenderlos- frecuentemente en el sentido de “intuir”. Consecuentemente el arte nos ofrece una posibilidad no sólo de examinarnos a nosotros mismo, sino también de examinar nuestro mundo desde otra perspectiva y quizás de entender algo del mismo. La primera confrontación con los cuadros (y con algunas obras gráficas) de José Manuel Ciria supone una confrontación con nosotros mismos. Su obra no es “fácil” y tampoco se entiende sin más.

 

Partamos de que Ciria “pinta lo que él es”. Probablemente un investigador, también un alquimista que generalmente evoca algo en sus cuadros que no se puede calificar. El recuerdo de lo que siempre hubo. Ese recuerdo en parte es personal, pero también se pueden encontrar elementos de una memoria colectiva. Sus cuadros hablan un lenguaje, aunque no haya palabras. Hay color, hay movimiento. El color está vinculado a la tierra. Ocre, marrón, siena, tonalidades de gris claro y tenue, negro, y por aquí y por allá el color que reconocemos como “sangre oscura”. El movimiento está paralizado, pero la energía es demasiado intensa para imponer el silencio, se hace oír.

 

Los ojos del observador, independientemente de su voluntad, siempre quedan fijados en la tela. Una parte de la fascinación por la obra de Ciria reside en el sentimiento que invade al observador: continuamente siente que se le escapa algo que existe. Como la imaginación de un sueño que parece que se desvanece, aunque sabe que es esencial buscar una interpretación. Un estado semiconsciente, lo incalificable. Escondido en una tela ensordecedora. ¿Podemos oír lo que vemos?. Nunca nos cansamos de su obra. ¿Nos vemos confrontados con una variante de la prueba de Rorschach y debemos tener cuidado al pronunciarnos sobre sombras que creemos ver en el amorfismo (relativo). ¿Se pueden observar, sin embargo, elementos figurativos? ¿Son burbujas húmedas que revientan en la tela tensamente fijada? ¿Somos nosotros mismos? ¿Es poesía representada como halago para los ojos? ¿O son los bacilos de nuestra época, vistos a través de un microscopio enfocado por Ciria?.

 

Los cuadros se imponen. Nadie puede eludirlos. La energía se nos acerca flotando, casi de forma palpable. Es una manera de flotar que nos mantiene en movimiento. Movimientos que no sólo tocan el alma, sino que también remueven literalmente los intestinos. Movimientos que obligan a la comunicación. A la reacción. Al mirar algunos cuadros, sentimos desasosiego, pero también reconocimiento: lo incalificable dentro de nosotros mismos representado por otra persona. Angustias, profundidades oscuras. Pero no estamos solos. Otros cuadros evocan el recuerdo de un pasado lejano, antes de perder la inocencia. El cuadro nos ofrece la serenidad para dirigirnos o regresar al paisaje interior de la subconsciencia y del recuerdo. A veces el pintor sugiere en sus títulos un pensamiento, una palabra o una pregunta, la primera de una serie de asociaciones. Ya que sus cuadros evocan siempre asociaciones.

 

Ciria forma parte de una tradición larga e impresionante de la pintura española y es consciente de ello. Su conciencia en el ámbito de la historia (del arte) es un logro que le permite decir algo “nuevo” (en el sentido de: algo de AHORA). Es la tradición no sólo de Velázquez que en el siglo XVII plasmó su personalidad artística en su pincelada, sino también la del catalán Antoni Tàpies, que adoptó una actitud espiritual con respecto a la materia. Ciria está directamente relacionado con ellos en su intenso amor por la pintura, -tantas veces condenada a muerte pero que todavía pervive-. Realiza cuadros informales que relacionan el arte y la materia. Generalmente trabaja con lona (plastificada), procedente de toldos y camiones. Con este soporte subraya una relación entre su propio mundo interno y el mundo que le rodea. La capa superior orgánica contrasta con la capa inferior caracterizada por el uso diario (con dobleces, arrugas, grietas y agujeros que desempeñan un papel importante en su obra). La pintura es aplicada por el artista en un soporte marcado por el tiempo, por el viento y por otros factores -externos-. Sin embargo, Ciria no permite que reine la casualidad: con precisión aplica líneas (con lápiz) que tan sólo en apariencia son arbitrarias. El orden frente al caos. El contraste constituye al mismo tiempo la base de la unidad final, donde el primer plano y el fondo están indisolublemente relacionados entre sí. Ni los horrores ni las angustias, ni los buenos recuerdos, pueden existir sin el tiempo.