Arnau Puig. Sitges. 2010. es
7545
page-template-default,page,page-id-7545,page-child,parent-pageid-176,elision-core-1.0.11,ajax_fade,page_not_loaded,smooth_scroll,qode-theme-ver-4.5,wpb-js-composer js-comp-ver-6.6.0,vc_responsive
Title Image

Arnau Puig. Sitges. 2010. es

Texto catálogo “Ciria. Contra la pared”. Palacio Miramar. Ayuntamiento de Sitges. Diciembre 2010


CIRIA: IMPULSIVIDAD Y COMPULSIVIDAD DEL COLOR

Arnau Puig

 

José Manuel Ciria nació en Manchester, Inglaterra, en 1960. Ha vivido y trabajado en diferentes lugares y ciudades del mundo inquietas por el arte contemporáneo abstracto. Regularmente expone su obra, desde 1984, tanto en el extranjero como en España. Primeramente, sin embargo, su orientación hacia la pintura, que llegará a practicar desde la gestualidad pero también con una intención que acabará concretando en escritos, 1990, parte de la unión intrínseca e indestriable entre la materia y el color. En este sentido ha sido muy sensible a las inquietudes del momento en el que tomó, como joven inquieto, la decisión de pintar. En la circunstancia de los años 80 del siglo pasado los artistas oían que quizás hacía falta revisar y recuperar gran número de las intenciones modernas para una nueva presencia activa del arte en la sociedad. Por una parte estaba la actitud de emprender bajo la idea de un impulso salvaje la acción creadora plástica; hacía falta dejar de lado las recuperaciones, que se habían convertido en excesivamente fáciles y populistas, del pop art, y hacer frente a la idea, siempre renovada y vigente, de crear y pintar por impulso y por necesidad. Este tipo de acción en el ámbito de la pintura podría recoger todo lo que se creyera fuera significativo para expresarla y mostrarla.

 

Muchas propuestas eran posibles; recuperar el tachismo gestual de los años 40 y primeros de los 50 de entonces y mostrar la pintura como la significación de un nuevo tipo de expresión, el action painting, que indica intencionalidad pero que no se define en ninguna dirección –simple propuesta de contestación a lo que está establecido–, o bien optar por un formalismo cromático estricto, que podía también ser informal, a la manera del test de Rorschach, o bien geométrico, simple gozo por unos colores plasmados ortogonales o diagonales o bien, si ocurría, cruzados. La pintura tenía que ser la única justificación de la acción pictórica; ningún servilismo psicológico ni comunicativo.

Todo eso implicaba entender la pintura como impulsividad, plasmada y expresada en el tiempo y en el espacio por medio del gesto. Sin embargo, después de aquellos años 80 y siguientes, se tenía que hacer todo eso al margen de iras espontáneas e imposibles de contener, o de juicios y prejuicios de necesidad expresiva, como se había hecho hasta entonces. Se tenía que plasmar solo el gesto colorido, chillón y clamando, pero sin contenido definido, tal como lo habían intentado, en otros momentos de la contemporaneidad, Georges Mathieu, que consideraba el arte pictórico como una estricta acción gestual emplazada en un espacio delimitado por el tiempo más justo posible, para otorgar así la máxima sinceridad al gesto y a su presencia pictórica plástica. Mathieu precisaba que la obra no tiene que tener surrealismos impulsivos ni sujeto, solo el simple fluir de la pintura. Joan Mitchell, americana, similarmente, predicaba que la pintura era una estricta expresión minimalista, dado que no quería que a sus cuadros coloridos hubiera nada más que los colores, estricta pintura, sin intención añadida asociada al paisaje o a cualquier otra alusión. El color no tenía que tener otra posibilidad expresiva que aquella que aporta el color mismo y tal como gesto y azar lo ofrecen.

 

Quizás, para acabar de precisar el ámbito de la acción de Ciria, haría falta llamar la atención sobre la diferencia que hay entre un gestualisme que tiene su base en algo vislumbrado o asociado a la ejecución, tipo Franz Kline, y otro gestualismo que no busca nada más que el gozo pictórico gestual, lo que el azar de las formas disponga sobre el espacio plástico: pintura y nada más que pintura.

 

Creo que la obra de Ciria hace falta emplazarla en esta última vertiente de la creatividad contemporánea. Lo que hemos indicado hasta ahora correspondería a los condicionantes históricos que conforman el momento de la acción pictórica de Ciria, asumidos y posesionados sobradamente. Pero para la acción hace falta, también, un elemento desencadenante, provocador de la emoción impulsiva de la acción. En este sentido casi podemos decir que la motivación podría ser el big bang de nuestra génesis cósmica o, si se quiere, también podríamos atribuir la acción pictórica de Ciria a un sentido vitalista de la existencia. Él ha aludido en diferentes ocasiones al orden o al caos, que equivale a lo que hacia 1990 indicó de “gestión y orden”; el uno implica el otro: el orden surge de la necesidad de gestionar el caos o el caos clama e impone la presencia de un orden. Su acción pictórica es la mancha impulsiva, el gesto desencadenado, la complejidad de interrelación entre diferentes colores sin estructura. Pero a pesar de todo seccionados, encajados, contrastados; expandidos y explosivos siempre, impresionantes sin duda, ofensivos y chillón siempre; pero nunca para ir más allá de la pintura. Ciria no es un provocador sino un exigente. Hay en su obra un geologismo que no puede evitar un cierto impacto psicológico a quien la mira; pero el observador acaba agradeciendo la presencia de los colores y olvidando el mensaje posible. En el fondo es el estallido de la granada; la belleza del volcán de quien se lo mira desde lejos porque, obvio, el volcán se manifiesta no para hacer daño sino para mostrar que la tierra está todavía muy viva y vivible. Y la pintura muy compensadora para quien la practica con inocencia.