Alicia Fernández. Alicante. 2003
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Alicia Fernández. Alicante. 2003

Catálogo exposición “Teatro del Minotauro” itinerante organizada por el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana y la Caja de Ahorros del Mediterráneo.
Lonja del Pescado, Alicante.
Casal Solleric, Palma de Mallorca.
Museo de Arte Contemporáneo, Ibiza.
Museo de la Ciudad, Valencia. Febrero 2003.


ANIMAL FRONTERIZO

Alicia Fernández

 

Una primera visión de la serie “Psicopompos” que ahora presenta José Manuel Ciria provoca inmediatamente dos sensaciones. Por una parte las imágenes de carteles publicitarios resultan sencillas de identificar y por otra, son complicadas porque la pintura actúa sobre ellas como una segunda piel. Aparece así un efecto de fotomontaje o collage que, a base de tapar y conjugar diferentes partes, consigue un enriquecimiento final de las obras. Las composiciones se basan en fotografías ya existentes sobre las que el artista incide directamente mediante la “pintura expandida”, con grandes manchas y gestos elocuentes de la propia materia. Entonces, los colores y la propia acción pictórica juegan un papel decisivo, algo clave en un artista como Ciria dotado de una gran intuición y capaz de conducir la marea creativa abstracta por donde él considera oportuno.

Contundente es el resultado. En primer lugar la nueva serie se titula “Psicopompos” o “transportadores de almas” en referencia a los delfines que acompañan a los angelitos característicos de la pintura del Renacimiento. Las diez piezas que forman el conjunto están realizadas sobre carteles publicitarios de los que habitualmente se encuentran en las paradas de autobús. Sobre un soporte como éste, preparado para todo tipo de cambios climatológicos, temperaturas extremas y efectos de luz y humedad, Ciria interviene sin reparos mediante la expansión de la pintura y hasta dotar a las imágenes de una capacidad plástica inaudita. Un rasgo que tampoco es nuevo en este artista acostumbrado a transitar sin complejos, y con mucho poderío, por aquellos territorios que bordean lo estrictamente pictórico. De su inquietud aventurera hablan sus imágenes siempre convertidas en un forcejeo, en un pulso abierto con la pintura. Las obras de Ciria revelan muy bien la necesidad constante por interrogar a la pintura, por examinar sus fines y componer un camino de largo desarrollo, evolución amplia e incierto final.

 

Por otra parte, la fuerza plástica y expresiva ahora enunciada ha estado siempre presente a lo largo de su trayectoria. No es extraño que al recordar sus muy numerosas exposiciones aflore con claridad una corriente continua: potente, gestual y abstracta que el artista retoma una y otra vez sin agotar sus posibilidades, sino más bien adecuándolas a cada una de las propuestas que elabora. Con su “pasión analítica”, como la definió en su día Guillermo Solana, “deshace y rehace los proyectos” hasta lograr reinventar argumentos propios y por supuesto, sin importarle el esfuerzo físico y conceptual.

Hace tiempo que Ciria mantiene la misma actitud de trabajo e investigación entorno a la representación pictórica, al espacio y al orden compositivo de la obra. El proceso creativo, el funcionamiento de materiales, soportes y demás elementos del medio son cuestiones definitorias en su trayectoria. Lo interesante es comprobar la coherencia con la que resuelve cada una de las series producidas y ver cómo ese rigor de trabajo le ha situado en los últimos años entre los nombres con mayor proyección de la pintura española.

 

Nuevos retos

La serie “Psicopompos” nace como consecuencia de esa necesidad innata que José Manuel Ciria posee para buscar e investigar nuevos territorios rozando la frontera de lo estrictamente pictórico. Su antecedente inmediato es la serie de pinturas realizadas sobre carteles y grandes vallas publicitarias “The Dauphin Paintings”, presentada en la exposición monográfica que organizó la Sala Rekalde de Bilbao en 2001. Al igual que entonces pinta ahora sobre fotografías ocultando partes con amplias manchas de rojos cálidos y amarillos encendidos. A la representación figurativa de la imagen fotográfica el artista superpone el plano pictórico abstracto que en algunos casos, como en el cartel de la lata de cerveza Mahou, alcanzan un alto nivel de complicidad. Entonces fotografía y pintura confluyen de un modo aparentemente casual aunque en realidad es un acto provocado conscientemente por el propio artista.

 

Con ello Ciria asume nuevos retos, adopta la experiencia que enfatiza la objetualidad impresa en la fotografía y actualiza el concepto del collage mediante el uso de partes pintadas de forma calculada. Reinventado el proceso, guiándose por la intuición, crea simultáneamente otras imágenes, plenas y gozosas, que enfatizan lo gestual y se convierten en un desafío real a la imagen subyacente. En “Psicopompos” el artista explora las propiedades básicas de la mancha, la gravedad y la tensión entre elementos contrarios y sobre todo consigue una intervención directa sobre los paisajes y bellezas idílicas de las imágenes publicitarias. No es que busque deliberadamente hacer una crítica a la idoneidad o no de las ideas publicitarias sino que para él son un excelente soporte sobre el que posar las ideas propias.

 

Conviene además señalar como las dos series de sobrepinturas en fotografías de vallas y carteles, “The Dauphin Paintings” y la actual “Psicopompos”, establecen cierta relación con la pintura muralista creadora de escenas dispares en grandes dimensiones y con un fuerte impacto visual. De hecho las imágenes de Ciria son imágenes muy sugerentes, interrogantes y hasta cautivadoras que funcionan de forma simultánea en la retina del espectador pero sin la necesidad de ofrecer un orden narrativo concreto. En sus experimentos últimos utiliza el entrecruzamiento de imágenes fotográficas y pintura: mientras lo primero le viene ya creado, lo segundo es invención propia. Es la lógica creativa la que funciona estableciendo un orden y un ritmo de lectura marcado por los elementos.

 

Poética personal

Conocedor ávido de la historia de la pintura y de sus recursos, Ciria plantea referencias constantes a Pollock, Twombly o Rauschenberg junto a otros maestros contemporáneos por los que siente admiración. A su manera revisita la estética de lo sobrepintado que tantos ellos como otros han trabajado. En este sentido, es palpable la actividad que existe sobre las superficies, una actividad o acción que parte de la propia pintura y que se afirma al ocupar el espacio del cuadro. En la medida en que Ciria logra “entrar en la pintura” parece encontrar un procedimiento de aplicación de la materia cada vez más expresivo y no como un medio de representación sino como un medio verdadero de sentir la vida de la pintura desde dentro. Nada nuevo en un autor que lleva años investigando las tripas del funcionamiento pictórico para recuperar los valores puramente plásticos que configuran la imagen.

 

En “Psicopompos” aparecen los rasgos más característicos de la poética personal del artista. El interés por la mancha, el color, el signo y el gesto sobrepintados encima de la imagen fotográfica con fines publicitarios alcanzan aquí una intensidad contrastada. A diferencia de la gran serie de vallas “The Dauphin Paintings”, donde las manchas ocultaban prácticamente el cartel y se extendían fuera de sus límites, en la nueva serie existe una contención mayor y un interés por dejar ver una zona más amplia del mensaje impreso. Hay partes que se precipitan con una fuerza inusual frente a zonas que aparecen limpias, sin una sóla gota de pintura. Surge entonces una especie de sistema en flotación de la pintura, grave y elocuente.

 

Hay momentos en que la necesidad de ocupar las superficies responde a impulsos conscientes que forman espacios álgidos junto a palabras, rostros, figuras y elementos arquitectónicos, gárgolas y modelos. Precisamente el cruce entre gestualidad espontánea y realidad fotográfica posibilita una nueva imagen en la que se encuentra la dicción compulsiva, el sedimento de una acción pura con la que el artista se enfrenta al mundo sin fisuras, al mundo ideal de los anuncios publicitarios. Hay en ello además, un gesto de dimensión heroica que es el reflejo de la experiencia específica del proceso creador y que un artista como Ciria, con inclinaciones fronterizas, sabe desarrollar hasta las últimas consecuencias aunque éstas puedan ser contradictorias en sus relaciones.

 

En la frontera

La obra de Ciria no necesita adscribirse a estilo alguno para buscar una justificación válida a su discurso. De un modo natural cuestiona las fronteras de la creación y las estructuras de la experiencia artística al tiempo que amplia nuestra percepción del tiempo y del espacio plástico. Él es creador de piezas con una potente fuerza visual que se imponen físicamente a nuestra mirada a través de las imágenes, los colores vivos, los procedimientos inverosímiles y los gestos sorprendentes. Consigue así un trabajo que siempre es recordatorio del importante interés que la percepción tiene para este artista, animal fronterizo como pocos.

En todas sus producciones hay una parte de esa personalidad adscrita a los límites y que desafía las categorías tradicionales. A partir de elementos encontrados, seleccionados y rescatados del olvido: una frase o un fragmento del cartel, en otras series utilizó la textura de la lona raída, trozos de telas u objetos, el artista ensancha el espacio circundante de la obra hasta llegar a capturar la realidad de la vida. Con todo ello configura un resultado final abstracto que sorprende por la enérgica y violenta resolución manifiesta en “Psicopompos”.

 

A veces las imágenes son sustituidas por el uso metafórico de las palabras, frases o lemas. Convertidas en símbolos, las palabras aparecen yuxtapuestas a campos de color y gestos matéricos que imponen ritmos y relaciones, al tiempo que organizan y ordenan la superficie de la obra. El dominio de la escala, la acción directa del gesto y la concepción global de la pieza se manifiestan como un cúmulo de impulsos, sensaciones y elementos que fluyen de la cabeza del artista.

 

También en ocasiones, la intensidad brusca de ciertas imágenes da paso a la vertiente más lírica de algunas secuencias o también se da un cierto fluir de apariencias atmosféricas de la propia pintura que revaloriza los valores espaciales de los fondos coloristas de los carteles. Desde la vivencia de las contradicciones de su tiempo, la mutante y agitadora obra de José Manuel Ciria se dirige hacia el interior de su propia experiencia creativa. El artista pretende transgredir la idea del cuadro tradicional como mera representación y expresión, siempre buscando ir fuera de las fronteras para ofrecer al espectador una extensa gama de sensibilidades latentes en su conciencia. Porque sin duda, José Manuel Ciria representa muy bien al artista caminante, intrépido, que trabaja en los bordes del abismo del arte. Osado en el uso de recursos formales y al margen de convencionalismos, intenta construir nuevas trayectorias plásticas para la conquista de otros territorios dentro de la apasionante y experimental aventura por descubrir lo desconocido.