Marcos Barnatán. Zaragoza. 2001
Texto catálogo exposición Después de la lluvia. Museo Pablo Serrano. Zaragoza, Mayo 2001
Buscadlo más allá de las murallas
Marcos-Ricardo Barnatán
«El Maestro, a quién pertenece el oráculo, el de Delfos,
no habla, no oculta, produce señales».
Heráclito
Cada vez que subo o bajo las escaleras de El Arcabucero, bajo y subo por la escala de Ciria, por los potentes escalones dibujados en la lona con voluntad de permanencia, donde hacen explosión los centelleantes azules, que compiten con los del bueno de Klein, y el blanco mancha con austera timidez. Esa ascensión y ese descenso cotidiano, en estos días de invierno y exilio serrano, son una verdadera proeza y también un curioso milagro del arte. El gran cuadro está guardando con su esbelta escala de bambú la madera pálida de la otra escalera, y la que soporta mi peso la espejea y acompaña. Las dos se ayudan. Hablan por la noche cuando la casa duerme. Y seguramente ese diálogo imposible, entre lo pintado y lo construido, alimenta un discurso mucho más posible de lo que nos creemos.
¿Porqué José Manuel Ciria es un pintor abstracto que convence a primera vista? La pregunta no es casual. A mí me convenció el primer día que me enfrente a una de sus pinturas, hace ya unos cuantos años. Ese flechazo con la mirada del espectador es fundamental, después vendrá el análisis, la reflexión, las derramadas teorías. Pero sin esa primera emoción que nos engancha de inmediato no sería posible continuar. Ese es el secreto anzuelo que los grandes artistas nos tienden y gracias al cual impiden que desviemos la mirada. Imán para los ojos que encuentran un territorio fascinante al que entregarse sin recelo. La atracción fatal que hace posible otras y muy variadas emociones.
Pero lo realmente singular es que esa experiencia pueda repetirse a lo largo y lo ancho de una producción tan extensa y distinta como la de Ciria, un artista que ha conseguido un lenguaje identificable, sin recurrir al truco fácil de la reiteración como fórmula tendiente a la convicción. Quizá la fuerza de su estilo resida en algo en apariencia muy sencillo: habla como un verdadero políglota, pero cada uno de esos idiomas los pronuncia con un acento común. Separando, fragmentando, compartimentando el espacio, «desmigajando el Todo» -usando las palabras de Nietzche- consigue transmitirnos distintas versiones con un mismo acento, personalísimo, que asume el riesgo de no estar «garantizado por la unidad»1.
¿Qué nos dice el pintor cuando nos habla en su plural idioma? La primera duda que debemos despejar es la siguiente: Ciria no es, no ha querido ser nunca, un pintor decorativo. Lo decorativo puede agradarnos un instante, pero enseguida se disuelve en el espacio, como un azucarillo en un líquido caliente. Y si queremos que la atracción se mantenga, que sea una experiencia permanente, la pericia técnica tiene que tener contenido. Y para que ese contenido atraviese el aire y llegue a nosotros, hay que dejar que hable a partir de sí mismo, salte como en una carrera de obstáculos los enigmas y se apodere de nuestra sensibilidad y de nuestro pensamiento. El sentido se materializa cuando los espectadores le prestamos un lugar en nuestro imaginario. El sentido está dicho, pero quiere y no quiere revelarse. El sentido juega con la ambigüedad de la pluralidad. Imaginémonos como arduos traductores de una vieja y sabía lengua, afanándonos en descubrir equivalentes en la nuestra de enigmáticas formas. Y pensemos en el placer de cada hallazgo, en el gusto que nos produce interpretar su magia e incluso inventarle un nuevo sentido.
¿Tienen todos la mirada lo suficientemente educada para poder ver y no sólo mirar? Hay mucha gente culta que aún no ha podido leerse entero un poema de Mallarmé, y sigue existiendo cierta crítica frívola contra cualquier atisbo de hermetismo, y que llegaría a escandalizarse hasta ante un fragmento de Heráclito. Heráclito el Oscuro lo llamaron, pese a su transparencia. Pero no temáis, aquí el esfuerzo no resulta ser tan tremendo. Ciria no pinta jeroglíficos. Su pintura invita a una pluralidad de lecturas porque con ese espíritu plural está creada. Y no nos pone límites. Todas las modificaciones son posibles para el que mira despierto. Entonces ve.
En el tiempo fundacional de los griegos la pintura era un arte mudo. Las figuras intentaban reproducir seres vivos, recrearlos, pero si alguien pretendía dialogar con ellas se «mantenían en el más solemne de los silencios»2. Algo hemos avanzado desde entonces. La pintura es hoy un arte parlanchín, y hasta tiene en algunos el don de lenguas. Enuncia, y enuncia también lo que es múltiple. Habla de una manera intermitente, discontinua, más allá de su viejo poder de representación. Y con ese hablar fragmentario, y muchas veces divergente, se embarca en la difícil, pero como aquí podemos ver no imposible, empresa de persuadirnos.
El salón está ya a oscuras. Sólo unas brasas finales alumbran el negro interior de la chimenea. He vuelto a subir las escaleras de El Arcabucero, y en el tramo intermedio -aún no estoy arriba, ya no estoy abajo- con la incertidumbre del tránsito me enfrento a los azules fulminantes, al blanco insinuado, y a la escondida y clara escala de José Manuel Ciria que pide altura. Estoy cara a cara con el cuadro. En el lugar que, apasionado y tranquilo, exige mi atención. Buscadlo siempre más allá de las murallas.