Juan Manuel Bonet. Oviedo. 2001
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Juan Manuel Bonet. Oviedo. 2001

Texto catálogo exposición Viaje a los lagos. Galería Dasto. Oviedo, Febrero 2001


DIARIO DE UNA NAVEGACIÓN

Juan Manuel Bonet

 

José Manuel Ciria acaba de cumplir cuarenta años. Su pintura es una de las que cuentan de verdad en nuestro paisaje último, vertiente o “familia” abstracta. Un cuadro de muy grandes dimensiones, en grises y blancos, como Espectador de guerras, expuesto en Madrid en 1998, en su primera individual en la Galería Salvador Díaz, y que hoy pertenece a la colección del IVAM, resume espléndidamente la faceta más esencial de su arte que reconcilia gesto y orden, faceta en la que también cabría incluir otro del mismo año, de menores dimensiones, en cierto modo hermano de aquél, y significativamente titulado Reminder of the night drawings, o el díptico Elogio a la diferencia (El significado de la cita), de 1999.

“Siempre se pinta el mismo cuadro”, le decía hace poco Ciria a uno de sus exégetas. Con cada vez mayor fortuna crítica, Ciria prosigue incansable su camino de pintor-pintor, en diálogo con la geometría, con el gesto siempre, con el paisaje, en la soberbia serie extremeña Monfragüe, expuesta el año pasado en el MEIAC de Badajoz, a la que subtituló “Emblemas abstractos sobre el paisaje”, y en la que brilla el díptico Agualuz y la montaña de los pájaros. Diálogo con la memoria, también, esto es, con el museo imaginario de una tradición dentro de la cual interroga, voraz e incansablemente, a faros tan diversos entre sí como pueden ser Brunelleschi, Zurbarán, el “retiniano” Monet, Matisse, el Max Ernst más nocturnamente romántico, los poetas surrealistas, Malevich, el Motherwell de los Samurai, Baselitz, los Carmina Burana de Carl Orff… Unas veces acentúa la dimensión abstracta de su proyecto, y entonces alcanza, en grises y blancos, y sobre lonas plásticas de camión, regiones de ortogonalidad minimalista, compatible con el temblor o con el desgarramiento: algo que a la postre tiene que ver con los mencionados gesto y orden, con ese afortunado titulo, sí, Gesto y orden, de una colectiva a tres bandas celebrada en 1994 en el Palacio de Velázquez. Otras, en cambio, pone el acento, casi podríamos decir que en clave realista, sobre el trabajo con el collage, o con lo que él llama, en un plano más conceptual, sus compartimentaciones, y entonces sus cuadros, incluso los de muy gran formato -recordemos algunos de los de su última individual madrileña, celebrada nuevamente en Salvador Díaz, el pasado otoño-, cobran el aspecto de una página de diario íntimo, magnificada. Páginas, sí, convertidas en monumentos, páginas -Cristina García-Lasuén las ve como bodegones cubistas- que en su dubitativo y a la vez firme desarrollo arrastran indistintamente, como el río de la vida, cosas de la más varia procedencia, apresadas por una barra plana de aluminio: dibujos o textos del hijo mayor del pintor, osos u otros animales de peluche que también remiten al mundo de la infancia, la inconfundible y ubicua bolsa verdiblanca de El Corte Inglés, un clavel blanco, alambres, zapatos, periódicos, cartones, trozos de las revistas ilustradas más cutres…

Glosa líquida se titulan varios hermosos cuadros de Ciria de 2000 pertenecientes a la vertiente más abstracta de su trabajo, y realizados sobre su característica y antes aludida lona plástica de camión, en unos casos blanca, y en otros, de ese amarillo anaranjado que brilla en la cubierta ella también plastificada del catálogo de su segunda individual con Salvador Díaz. El mismo título le ha servido para dar nombre a otro catálogo, cuidadosamente editado bajo forma de pequeño libro, con sus reproducciones en color pegadas, a lo Skira: el de otra de sus individuales, celebrada, asimismo el año pasado, en la Galería Bores & Mallo de Cáceres. Decimos Glosa líquida, y estas dos palabras nos colocan de inmediato en una tesitura mental de fluidez, próxima a la que en tiempos pretendieron ciertos “impresionistas abstractos” norteamericanos de los años cincuenta, y estoy pensando en el Sam Francis más blanco y luminoso, o en ciertas pinturas sobre papel de Helen Frankenthaler. Sam Francis, Helen Frankenthaler: dos creadores de mi especial predilección, estudiados con pasión por los pintores españoles de los ochenta, predecesores inmediatos de Ciria. Por ese lado, aunque cromáticamente siempre con la gravedad en él acostumbrada, van los cuadros que Ciria enviará ahora a Oviedo: por el lado de la fluidez, sí, de la Piel de agua -otro feliz título “made in Ciria”-, del torrente, del gesto, del dripping pollockiano. De una pintura abstracta, en estado puro, de una pintura muy líquida, transparente y luminosa -los maravillosos blancos y los maravillosos amarillos de Agua mimética (Zurbarán en la Ermita)-, de una pintura en expansión, cuya dimensión automatista, azarosa, incluso caótica por momentos, por qué no, siempre ha sido asumida, reivindicada por quien forjó, mitad en serio, mitad en broma, aquello de A.D.A. -es decir: “Abstracción Deconstructiva Automática”-, un lema que se recorta en rojo, con grandes letras romanas -cómo entiendo su nostalgia de nuestra Academia, allá- en la sobrecubierta plastificada y transparente de la monografía, tan monumental y densa como algunos de los cuadros en ella reproducidos, que en 1999 escribieron sobre él, a cuatro manos, Antonio García-Berrio y Mercedes Replinger.

Mapa marino se titula, poéticamente, otro de los cuadros sobre lona plástica, de 2000. Mapa marino, para orientarse por el mar de la pintura. Diario de una navegación, no ya por la vida en torno de la que nos hablan los collages, sino por ese mar abstracto de los pigmentos luchando sobre la lona. Diario de una navegación, en la que Ciria alcanza un alto grado de esencialidad, de concentración en la propia pintura, en su propio hacerse. Estado, podríamos decir, de gracia de una pintura muy pintura, y sin embargo con memoria: anteayer el heroico Espectador de guerras, ayer no más los blancos y fulgurantes paisajes que reunió en su exposición del MEIAC, o el clima reflexivo de Reducción, ¿algo que hacer después de Malevich y Pollock?, que también se vio allá, y hoy, en un modo que más que nunca combina apasionamiento, y geometría, la serie Glosa líquida (Sueños construidos).